CUENTO DE TERROR

EL PACTO DE LA OSCURIDAD

En una tarde cálida, los rayos de sol irrumpen en la habitación de Odette quien se preparaba para ir a sus clases de danza como todos los días. Al salir de casa, una presión sofocante se instaló en su pecho sin razón aparente, con una respiración profunda decidió marcharse para llegar a tiempo. Siguiendo su camino habitual, se adentró a un sendero rocoso que se alejaba del bullicio de su pueblo y a medida que avanzaba, el susurro del viento se mezclaba con el crujido al pisar las hojas secas del otoño.

Repasando los pasos de baile mientras se encaminaba hacia su destino, Odette percibió una sensación de ser observada. Detuvo su movimiento y escudriñó a su alrededor, pero no vio a nadie. Continuó repitiendo un paso, ajena a una roca que yacía en su camino, tropezó con ella y cayó de bruces en el lodo. De repente, el ambiente cambió drásticamente; la temperatura descendió y la luz diurna fue reemplazada por la oscuridad misteriosa, con solo la luna iluminando su sendero. En ese instante, Odette lamentó no haberse apresurado más para llegar a su clase.

A la distancia escuchó unos murmullos, -son mis compañeras de clase- fue el primer pensamiento que cruzó por su mente, pero a medida que se acercaba más dudaba de aquello. Ralentizó su paso cuestionándose de ir en esa dirección, hasta que un grito desgarrador cortó la noche, su corazón empezó a latir fuertemente casi escapando de su pecho y un escalofrío se instaló por todo su cuerpo dejándola paralizada por completo en el lugar.

Las voces se hacían más fuertes, pero esta vez con un mensaje claro: “ven aquí, ayúdame”. Respirar se volvía más difícil para Odette, debatía entre correr o ayudar a quien estuviera ahí, decidió acercarse lentamente. A pocos metros, vislumbró la silueta de una mujer encorvada de la que apenas podía ver su cara, tenía un vestido blanco desgarrado y sucio, con su piel pálida y descompuesta alargó la mano a donde se encontraba Odette, llamándola con impaciencia.

Un rayo de luz iluminó el rostro de la señora. Era una pesadilla hecha realidad. Sus ojos eran dos agujeros negros profundos, como si la oscuridad misma hubiera cobrado vida, su boca una abertura llena de dientes filosos y desiguales, algunos sobresalían de sus encías inflamadas y putrefactas, su cabello negro enredado y lleno de suciedad se balanceaba en mechones grasientos alrededor de su cabeza como serpientes venenosas esperando su oportunidad para atacar.

Odette pensó que la opción de echarse a correr ya era muy tarde. Un grito ahogado escapó de sus labios, presa del pánico retrocedió rápidamente, pero la mujer siniestra la detuvo de inmediato, con su mano fría y viscosa la tomó de su hombro impidiendo su escape. Miró hacia arriba y se encontró con la mirada lúgubre de la figura, quien con su voz tan vacía como su alma le dijo “tu destino está sellado”.

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