PRECUELA DE PRISIÓN NOCTURNA.
PRECUELA DEL CUENTO
Aterrada, levantó la mirada hacia
el hombre y cuando llegó hasta su cara se sorprendió al ver que este no tiene
un rostro. En su lugar lo remplaza un agujero negro quien se aproximó hasta
ella a paso lento, Laila reaccionó y empezó a arrastrarse por el suelo, su
cuerpo temblaba con cada hoja crujiente bajo sus manos.
La figura se erguía sobre ella
cada vez más cerca con mayor velocidad. Reuniendo todas las fuerzas que le
quedan, Laila logró ponerse de pie con sus piernas temblorosas y se echó a
correr, pero no logró dar más de dos pasos porque de pronto, el bosque parecía
cobrar vida a su alrededor; las sombras se retorcían y se contorsionaban tomando
formas grotescas que se burlaban de sus miedos y los árboles crujían con risas
siniestras, mientras que unos ojos morados brillaban en la oscuridad,
observándola con malicia.
Al detenerse por el miedo que la
petrificó en su lugar, el hombre sin rostro extendió sus manos hacia ella, sus
dedos largos y huesudos como las ramas de un árbol marchito, con una sonrisa
retorcida que se formó en el abismo que ocupaba su rostro y la aparición de
unos ojos amarillos que brillaban con una luz maligna que cortaba a través de
la noche. En ese momento, Laila supo que debía huir antes de que fuera
demasiado tarde.
Con un grito ahogado en su
garganta, se lanzó hacia adelante, luchando con todas sus fuerzas contra el
agarre del hombre sin rostro, su corazón latía frenéticamente y su respiración
era un jadeo entrecortado mientras forcejeaba por liberarse. Finalmente, logró
zafarse de las garras de la silueta oscura. Corrió a través del bosque y sin
mirar atrás como única meta escapar de aquel maldito lugar.
Después de varios minutos de
correr desesperadamente a través del bosque, con los pies adoloridos y los ojos
vidriosos por las lágrimas que se negaban a caer, Laila finalmente se detuvo.
Con el aliento entrecortado, se volvió para avistar al hombre siniestro que la
había perseguido con tanto fervor. Sin embargo, lo que encontró fue un vacío
oscuro y silencioso, no había rastro del ser maligno que la había atormentado.
Se quedó paralizada por un
momento, sus sentidos alerta mientras escrutaba el entorno con precaución, no
encontró ninguna señal del hombre sin rostro. Con el corazón todavía latiendo
con fuerza en su pecho, Laila tomó una respiración profunda y continuó avanzando
a través del bosque. Sabía que no podía permitirse detenerse por mucho tiempo,
el peligro aún acechaba en las sombras y debía encontrar una salida.
Con el correr de los minutos,
Laila finalmente divisó un destello de esperanza en la oscuridad del bosque:
una puerta de madera antigua, cubierta de enredaderas retorcidas y musgo. Su
corazón dio un vuelco de alivio al verla, como si fuera la promesa de escape
que tanto ansiaba. Con pasos cautelosos pero determinados, se acercó a la
puerta y extendió la mano temblorosa para empujarla lentamente. Laila no vaciló
ni un segundo mientras cruzaba el umbral, dejando atrás el terror del bosque
oscuro y abrazando la esperanza de un nuevo comienzo.
El sonido estridente de la alarma
la arranca de su sueño, y sus ojos se abren de golpe, encontrándose con el
reconfortante paisaje de sus sábanas rosadas bañadas por la cálida luz matutina
que se cuela por la ventana. Un suspiro de alivio escapa de sus labios al
reconocer su habitación.
Con movimientos automáticos, estira la mano hacia la mesita de noche para silenciar el insistente reloj, pero algo no está bien. Laila frunce el ceño al notar que los números del reloj están borrosos, impidiéndole leer la hora. Una sensación de inquietud se apodera de ella cuando intenta revisar la hora en su celular, solo para encontrarse con la misma dificultad para leer. En ese momento, una antigua superstición cruza su mente: "En los sueños, no se puede leer".
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